La visita de Dios y la repetición de los diez mandamientos con la falda subida

 


Que le crezca el cabello a una es cosa seria, la verdad. Hace que entres en una especie de letargo, provocado por la caída del pelo en la nuca. Como pesa (porque el pelo pesa y si no me creen, pregúntenle a una caballo por su cola), nuestro cuello debe hacer un esfuerzo doble por mantenerse erguido. A eso se suma el esfuerzo de tenerlo que inclinar (el cuello) unos centímetros hacia adelante, en caso de que escribas (caso mío mío miísimo). Y a eso le sumamos además que mi cuello es largo, largo como el de un cisne maravilloso. Así que la flexibilidad de mi cuello hace que se doble con más facilidad. Y hace que el esfuerzo por el sujetar el cabello sea peor. Y hace que me pese hasta el cerebro. Y como me pesa el cerebro, y como me pesa la cabeza, y como mi melena azabache me fuerza a mirar sólo las nubes, pues entonces no he podido escribir.

  Este fue el argumento que le di a Dios el sábado, cuando se apareció aquí, en mi departamento de tres piezas y me encontró tirada en la sala, sin siquiera un cigarro que fumar y con taquicardias.

  Obviamente no entendió nada de lo que le dije. O más bien no quiso creer nada. Me dijo que ese argumento hubiese sido válido para Cristo, mas no para él. - Cristo es la estrella rock, yo soy pop. Recuerda. Y ya en el mundo pop no se piensa en el cabello largo.

  Desgraciadamente tuve que aceptar que su argumento era válido. Tanto tiempo sin conversar con Dios, tantos centímetros de cabello extra, hicieron que olvidara cómo es el negocio con el dueño de todo aquí. No obstante defendí mi punto hasta el final, porque yo soy un gato, yo tengo la lengua cansada de lamer mas el capricho y el mal humor están siempre bien activos en mis uñas.

  Entonces yo le dije: Mira Dios, ¿sabes qué? Podría haber solucionado mi problema de cabello, cortándolo y ya. Pero no puedo. Porque he decidido cambiar algo. Hace años que no cambio nada. O sí, he cambiado demasiadas cosas mas no cosas físicas. Y a mí me preocupa mucho el físico… tú sabes… eso  de nice y estúpida requiere cambios también. Refrescar la imagen de la estupidez; renovarse. ¿Y qué mejor que el cabello largo?

  Mira Monique – me dijo – es cierto que el cabello largo es sinónimo de estupidez. Sólo analicemos a Cristo y podremos comprobarlo. Y quizás tengas razón. Quizás sea por el esfuerzo que se debe hacer para aguantar los pelos. Supongo que lo vuelve a uno menos ágil en esa zona. No sé, hay que preguntarle al caballo que mencionaste al inicio. Aun así, como soy Dios y supuestamente quiero a todos por igual, es necesario que te repita los Diez Mandamientos, pues es la única forma que se me ocurre ahora para que entres en razón nuevamente con respecto a escribir. Y no te repetiré esa cosa libre que hizo Kieslowski (y por lo cual lo maté en el ’96), sino aquellos que te hacen una persona mejor y que sobre todo te recuerdan cómo se tiene que vivir en este mundo.

  Después de hablarme en ese tono bien déspota (pero bueno… es Dios… es pop), me hizo arrodillarme en el suelo, con la falda subida y un cuchillo atravesado en el estómago.

-          Dime amiga querida, ¿me amarás sobre todas las cosas?

-          Sí. Siempre lo he hecho.

-          ¿Tomarás mi nombre en vano?

-          No. Porque nada en mí es en vano. Y nada en ti lo es. Así que un hay forma de que ocurra eso.

-          ¿Santificarás las fiestas?

-          No hago fiestas.

-          ¿En caso de hacerlas?

-          Sí, la santifico.

-          ¿Honrarás a tu padre y a tu madre?

-          Sí.

-          ¿No matarás?

-          Ya he matado.

-          Ok, pero ¿lo volverás a hacer?

-          No.

-          ¿No cometerás actos impuros?

-          La impureza es sinónimo de felicidad. Y yo no soy feliz. Así que no.

-          ¿Robarás?

-          Sólo en el súper.

-          ¿No dirás falsos testimonios ni mentirás?

-          No no. Ya terminemos.

-          ¿No consentirás pensamientos ni deseos impuros?

-          Ay no no. Lo juro, no.

-          ¿No codiciarás los bienes ajenos?

-          No. Ya. Fin.

  Luego del aburrido ciclo de preguntas y respuestas, retiró el cuchillo de mi estómago, me bajó la falda, y dejó que me levantara.

-          Cumple con estas cosas. Soluciona el problema de tu cabello y no dejes más de escribir los domingos.

  Le dije que sí, que sí, que ok. Me pidió un vaso con agua. Le tuve que decir que no tenía agua purificada. Recogió un poco del grifo, la purificó y se la tomó. De paso me dejó una jarra llena para mí. Se fue.

  Entonces me quedé sola de nuevo con un dolor en el pecho que casi me desmayo. Porque no me gusta discutir con Dios. Porque aborrezco que me someta de la misma forma aburrida en que somete el Papa Francisco a sus feligreses. Pero qué le voy a hacer. Es Dios y como toda estrella pop, a veces tiene sus malos días. Igual no quiero que me entierre de nuevo un cuchillo en el estómago. Lo de la falda arriba no me molesta. Pero lo del cuchillo, atravesándome ahí, lo del cuchillo me hace sentir una culpa horrible, una desconfianza crónica, deseos de doblarme y desaparecer en ese hueco. Y ese tipo de sentimientos no van con el cabello largo. No, definitivamente no van con el cabello largo.

  Y de esa forma discutí con Dios.

  Y de esa forma me compuse y escribí de nuevo, hoy domingo.
 
 Y ya, nada más.

 En fin, gracias por leerme.

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1 Response to La visita de Dios y la repetición de los diez mandamientos con la falda subida

  1. Anónimo says:

    preguntarle a un caballo por su cola....

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